La inclusión es la actitud de integrar a todas las personas en la sociedad con el objetivo de que estas puedan participar y contribuir en ella y beneficiarse en este proceso. Es algo necesario por el bien de la sociedad. Pero para que esto se consiga, para que cada uno de los individuos que conformamos nuestra sociedad, con sus individualidades y distinciones, podamos ser felices y disfrutar de la posibilidad de realizarnos como personas, hace falta implementar planes y políticas adecuadas que permitan corregir situaciones de exclusión, propiciando el bienestar social. Que permitan a cada uno llegar a ser aquello que son capaces de ser.
Antes de dar clase, debemos conocer a quienes hay en nuestra clase
Desde las escuelas tenemos la obligación de preparar a nuestros alumnos para el futuro. Cada persona accede al conocimiento de manera diferente, llega al aprendizaje por caminos diversos y por ello necesitan un acompañamiento personalizado e individual. Todos podemos bailar, pero no todos podemos hacerlo al mismo ritmo y con la misma música, ¿verdad? Pues a nuestros alumnos e hijos les ocurre exactamente lo mismo.
Día a día a nuestros centros educativos acuden niños diferentes con necesidades heterogéneas. Estas necesidades hay que saberlas atender y para ello es fundamental la formación. Es muy importante conocer de forma rigurosa y científica cómo es cada alumno, cuáles son sus potencialidades, sus puntos fuertes y también cuáles son sus necesidades, sean las que sean. Saber dar respuesta a ellas depende de nuestro conocimiento. La sabiduría da poder. Poder enseñar y poder aprender, poder entender, poder adaptar, poder esperar lo que corresponde a cada uno. Antes de dar clase, debemos conocer a quienes hay en nuestra clase. Conocerlo bien nos permite enseñarles mejor.
Pero lo fundamental para aterrizar esto de manera realista es la necesidad de tiempo y de personal, por lo que hay que bajar la ratio y aumentar el profesorado por aula. Si queremos una educación realmente personalizada, la ratio debe ser bajada. Al igual que deberíamos hacer desaparecer la burocracia inútil y poner fin a este incomprensible baile de leyes educativas al que estamos sometidos. Al final, te das cuenta de que más que leyes educativas son venganzas electorales que echan por la borda el gran trabajo que realizan los maestros en las escuelas.
El principal motor de inclusión son nuestros propios alumnos
Pero si me tengo que quedar con algo es con la lección que nos dan los niños. Ante un aula diversa, el principal motor de aprendizaje y de inclusión son nuestros propios alumnos que integran, ayudan, apoyan, entienden, atienden, comprenden y acompañan al que tiene unas necesidades diferentes. Y eso hace que respiremos aliviados pensando que, en un futuro, cuando sean ellos los que gobiernen, todo irá mejor.
Por otro lado, debemos reflexionar y darnos cuenta de que la velocidad con la que introducimos metodologías, tecnologías y leyes en las aulas y en nuestro sistema educativo no va acorde con la velocidad con la que se generan y se asientan los aprendizajes.
Aprenden más cuando el ritmo es el adecuado,
aprenden más cuando los recursos son simplemente los necesarios,
aprenden más cuando nos paramos, aprenden más cuando no saturamos,
aprenden más cuando no los mareamos, aprenden más cuando los escuchamos,
aprenden más cuando deliberamos, aprenden más cuando crean con las manos,
aprenden más cuando con ellos contamos,
aprenden más cuando manejamos a la perfección las materias que impartimos,
aprenden más cuando con cariño y respeto les hablamos, aprenden más cuando evaluamos con sentido,
aprenden más interactuando y reflexionando, aprenden más cuando focalizamos,
aprenden más cuando de autonomía les dotamos, aprenden más cuando en su justa medida les exigimos,
aprenden más cuando sus ritmos respetamos, aprenden más cuando simplificamos,
aprenden más cuando los acompañamos, aprenden más cuando no los etiquetamos,
aprenden más evocando y utilizando los conocimientos adquiridos,
aprenden más cuando les decimos cómo van y les damos un feedback adecuado,
aprenden más cuando a las familias involucramos, aprenden más cuando planificamos,
aprenden más cuando creemos en ellos, aprenden más cuando los alentamos,
aprenden más cuando les enseñamos diferentes caminos para llegar a un destino,
aprenden más cuando nos coordinamos, aprenden más cuando sus intereses contemplamos,
aprenden más cuando los miramos, aprenden más cuando reímos,
aprenden más cuando somos ejemplo viviente de todo aquello que enseñamos,
aprenden más cuando, sencillamente, ahí y para ellos estamos,
aprenden más...
Una evaluación más participativa, transparente y justa
Otro aspecto que considero fundamental en esta línea es todo lo que concierne a la evaluación. Por la evaluación debemos empezar si algo queremos cambiar. ¡Empecemos entonces!
Necesitamos encaminarnos hacia una evaluación optimista, una evaluación que crea en los alumnos, que detecte los errores, pero que también destaque lo aprendido y celebre los éxitos; hacia una evaluación más participativa, transparente y justa; hacia una evaluación que se aleje de los infinitivos etiquetar, comparar, discriminar, condenar, clasificar, asustar, jerarquizar, sancionar y sentenciar para acercarse a los infinitivos aprender, comprender, mejorar, acompañar, reflexionar, rectificar, contrastar, comprobar y motivar; hacia una evaluación que genere aprendizaje en todo momento y que no solo sirva para comprobar lo que han aprendido al final del camino; hacia una evaluación que ayude a avanzar a nuestros alumnos, que les permita evolucionar y que les haga saberse y sentirse acompañados.
Ya lo decía Don Quijote: "No hay otro yo en el mundo". En nuestras clases habitan muchos "yoes", todos ellos diferentes. Y yo me pregunto y a la vez os pregunto: ¿Es correcto evaluar a ese conjunto de "yoes" como si fueran un gran y único "yo"? ¿Es honesto?
Repensemos la evaluación, repensemos el tipo de pruebas que debemos plantear a nuestro alumnado. Repensemos para que el alumno aprenda pasando a la acción, investigando, reflexionando, debatiendo, seleccionando, creando, indagando, responsabilizándose, compartiendo, expresando y tomando decisiones. Repensemos para que aprendan más y mejor; para que lo que hoy hayan aprendido les abra las puertas de futuros aprendizajes y para que estos sean competenciales y transferibles.
Hemos de recordarnos muy a menudo que es evaluación continua, no continua evaluación basada y centrada siempre en pruebas escritas individuales. La evaluación ha de ser concebida como un proceso permanente que se apoye siempre en evidencias de aprendizaje de distinto tipo.
Lo primero que deberíamos plantearnos como docentes es si la prueba o las pruebas de evaluación que vamos a proponer a nuestro alumnado son capaces de generar lo que tienen que generar, algo llamado aprendizaje. Es necesario cambiar la mirada. La evaluación debe generar y afianzar aprendizajes, así como mejorar todo proceso de enseñanza. Quizás, ha llegado el momento de desnormalizar lo que no es normal: evaluar a todos los alumnos durante casi toda su escolaridad con un mismo tipo de prueba consistente en la memorización (unos días o un día antes del examen) de contenidos sin sentido y sin conexión alguna. Después, el docente corrige, devuelve las pruebas y si hay suerte y tiempo, se revisan los aciertos y los errores para reflexionar sobre los mismos. A todos nos suena, ¿verdad?
Si evaluamos mucho y cambiamos poco, algo falla
Realizar diferentes pruebas de evaluación y darle la posibilidad a nuestro alumnado de optar a ellas no es innovación ni tendencia ni moda alguna, es simplemente una cuestión de ética y de justicia que les permitirá demostrar y expresar de distintas maneras lo que saben a través de diferentes vías y canales y poniendo en juego sus conocimientos, destrezas y habilidades para originar, argumentar y justificar sus aprendizajes.
Una buena evaluación no debe medir solo lo aprendido. Debe medir la dedicación, el esfuerzo, la constancia, la capacidad para aprender de los errores cometidos. Una buena evaluación no convierte las sesiones de evaluación en sesiones de devaluación. Una buena evaluación permite al alumno aprender y al docente también. Una buena evaluación tiene claro que los términos "aprobar" y "aprender" son sinónimos o, al menos, están estrechamente correlacionados porque un alumno que aprueba debe haber aprendido y por ese motivo, entonces, aprueba y porque un alumno que aprende debe haber aprobado porque lo aprendido así lo corrobora.
En cambio, nos encontramos con alumnos que aprueban sin haber aprendido. Aprueban simplemente porque han tenido la capacidad y la agilidad de memorizar los conceptos que necesitaban plasmar en la típica y universal prueba de evaluación de la que ya hemos hablado. Pasadas unas semanas, unos meses, es fácil comprobar cómo en sus cabezas ya no queda nada, no ha tenido lugar aprendizaje alguno, pero resulta que han aprobado. Nos encontramos con alumnos que tienen calificaciones muy altas y constatamos, en muchos casos, que no han adquirido ningún aprendizaje, ni mucho menos se ha conseguido que este sea perdurable en el tiempo y significativo para su cotidianidad. Es fácil realizar esta comprobación, ya que en cualquier curso y a cualquier edad mucho de lo escrito en estas pruebas se olvida a corto plazo. Vemos cómo muchos apenas rememoran los saberes trabajados y no son capaces de expresar, utilizar, conectar o aplicar lo que se supone que han aprendido a través del conocimiento generado tiempo atrás.
Si evaluamos mucho y cambiamos poco, algo falla, ya que todo proceso evaluativo debe conducir a tomar decisiones de cambio. La evaluación descubre, nos da muchísima información que con los alumnos y con las familias debe ser compartida. No podemos robarles el derecho a conocer aquello que la evaluación ha hallado y detectado.
Para terminar, me gustaría simplificar lo aquí escrito y señalar que en todo proceso de evaluación e inclusión deben tener cabida los elementos que componen lo que he venido a llamar el momento THOR:
Tiempo
Herramientas
Oportunidades
Retroalimentación
Cuatro simples elementos que pueden ayudarnos a que nuestros alumnos aprendan de la mejor manera posible; que pueden ayudarnos a mejorar la educación.
No existe mayor innovación educativa que respetar la diversidad de ritmos de aprendizaje de todos nuestros alumnos.
Innovar es conseguir o al menos intentar que ninguno se quede atrás.